25.3.14

Tú.

No sé como empezar esto,
no sé cómo manejarlo, cómo manejarte.
Has llegado así, de repente,
y no parece que vayas a irte, y es eso,
lo que tanto me desconcierta...

porque todos se han ido,
el amor nunca se ha puesto de mi parte,
y entonces, tú,
simplemente, tú.

Tú, la primera persona que ha sabido ver dentro de mi.
Has abierto las puertas de mi interior,
y me has contemplado como nadie más lo ha hecho.

(Tú, que has llegado sin avisar...)

Me has matado y revivido a la vez,
y no sé si eso es posible,
pero tampoco esperaba que fuera posible encontrar a alguien como tú,
a ti.

Me has matado porque has entrado en mi cabeza,
me has desordenado los papeles, y me has tocado,
en lo más profundo.

Pero por otro lado, me has revivido.
Has recompuesto el puzzle que se rompió dentro de mi,
tiempo atrás,
las piezas de un corazón malherido, humillado, y vacío...
Tú, lo has colmado de esperanza, de alegría, y de cariño.
Y has cambiado las lágrimas por sonrisas.

No sé que va a salir de todo esto...
Me estás volviendo loca (lo estás haciendo),
no sé qué quiero -nunca lo sé-,
pero estoy segura de que como tú,
hasta ahora,
nadie.

De que cómo tú me has visto,
nadie lo ha hecho.
Por eso, si no es mucho pedir,
te pido que no dejes de hacerlo,

(qué nunca dejes de hacerlo...)

Porque si al final de la historia,
todo se queda en un principio,
desearía vivir sabiendo, que alguien,
se ha tomado la modestia de conocerme de verdad,
de ver más allá de lo que soy,
y de entenderme, como tú lo haces...
-porque, tú-.






19.3.14

Carta de despedida.

Quizás sea una idiota por el tiempo que voy a desperdiciar escribiéndote esto... Pero qué son unos minutos más, cuando he gastado toda una vida detrás de ti.

Llegaste a mi vida uno de esos días de Septiembre en los que todos odiamos más que nunca la rutina, y sólo deseamos que Junio llegue de nuevo, con sus brazos abiertos y el calor del Sol listo para acogernos. Confieso que en el momento en que apareciste, jamás imaginé que nuestra historia, si puede llamarse así, fuera a durar tanto, y a la vez tan poco.

Nunca tuviste mi atención. Había oído hablar de ti, unas cuantas veces, pero lo que se me venía encima, nunca lo esperé. Fue realmente una de las casualidades más bonitas y a la vez más equivocadas de mi vida. No debí dejarte entrar... no debí montarme contigo en aquel coche... Nunca debí enamorarme de ti, pues fue lo peor que he hecho en mi vida.

Llego el primer beso, y el segundo, y el tercero... los días pasaban y tu y yo no éramos ya simples desconocidos, eramos algo más que eso, algo que no tenía nombre pero que hacía de los nuestros uno solo -nosotros-. Voy a dejar claro, que el mes que pasamos juntos, ni si quiera estaba enamorada de ti. Cuando me dijiste ese día 11, un número que refleja todo y a la vez nada, que nada te haría más feliz que estar conmigo, (dar un paso más -decías-) tampoco estaba enamorada de ti. Pero yo era una niña tonta de tan solo 15 primaveras (qué iba a saber yo lo que era el amor). No supe valorarte, eso es cierto. Desaproveché momentos que he deseado volver a vivir mil y una noche -qué son las noches que he pasado pensando en ti-, y entonces llegó el final, el final de una historia más, como otra cualquiera. Dos jóvenes que se conocen, empiezan a salir, y terminan por cualquier motivo tonto. Pero esa historia no quedó ahí, (nuestra) historia me caló hasta los huesos, y han pasado ya tres años, hasta que por fin he podido olvidarla.

Dicen que no te das cuenta de lo que tienes hasta que lo pierdes, y realmente eso fue lo que me paso a mi. Tenías, tienes, o no sé, porque creo que nunca te he conocido realmente, todo lo que siempre he buscado. Un romántico de los de verdad, que me tenía como musa en sus poemas de amor, que me besaba en cada oportunidad que encontraba, me respetaba, me cuidaba y sobre todo me quería, o eso quiero creer. Fue en el momento en que te perdí, en el momento en que recibí el mensaje que acabó con todo lo que teníamos -lo poco, que teníamos- cuando me enamoré de ti. De tu sonrisa, tus inigualables ojos azules, y tu forma de ver la vida, las cosas, de verme a mi. Sólo mi almohada (que pobre de ella, es la que más ha aguantado en esta historia) sabe realmente las cientas de noches de insomnio en las que derramé mis lágrimas sobre ella. La ahogaba con mis penas, con tu olvido, y con tu recuerdo.

Cuántas veces, a lo largo de estos tres años, cuántas veces me hiciste realmente feliz, me prometiste de nuevo un futuro, una nueva oportunidad para ser lo que nunca fuimos... (cuántas veces...) Las mismas veces que me arrebataste todo lo que nunca me llegaste a dar, dejándome de nuevo sumida en la mayor de las angustias que he padecido nunca -el no tenerte-. Y es que ese dolor me dejó una marca que nadie va a poder borrar. Me enseñaste lo que era amar, pero nunca aprendí lo que era sentirse amada. 

Hoy, 3 años después, puedo decir que he malgastado 1266 días enamorada de alguien que nunca existió. He estado enamorada de un fantasma, de una imagen idealizada que tenía del hombre que pensé que me haría la mujer más feliz. Soñé  pasear contigo de la mano por Madrid, Venecia, París... para despertar finalmente en mi cama sola, -vacía-, (y tan vacía) sin ti, sin nadie; porque yo nunca quise a nadie si no eras tú.

Nunca me enseñaste a ser amada, pero si a amarme a mí misma, y de esa lección que me diste he aprendido a no creer en las promesas, a no confiar en las palabras, porque todas esas palabras vuelan, se van, como tú te fuiste, como tus promesas y tus palabras hicieron. Lo único que permanecen son los actos, los pequeños detalles, las sorpresas. Y tú nunca me diste sorpresas, ni me demostraste todo lo que decías -todo aquello que parecía tan perfecto, que parecía tan tú-.

Así que aquí estoy, escribiendo la última de las cartas que nunca leerás, y nunca la leerás porque no eres tú de quien me enamoré, no sé donde estará esa persona, pero no tengo prisa en encontrarla, tengo toda una vida por delante, y prefiero conocer a un hombre que merezca la pena, a encontrar a un idiota que me prometa un falso futuro como tú hiciste. Me rompiste, ¿sabes? Nunca fuiste realmente malo conmigo, al contrario, pienso que eres una persona con un buen corazón, fue una de las cosas por las que me enamoré de ti, pero lo demás se fue, se fue con la persona que amé, aquella que nunca me devolvió nada de lo que le di, porque se lo di todo -te lo di todo-, te regale mis noches sin dormir, mis lágrimas. Te regalé cientos de poemas que nunca recibirás. Te regalé todo lo que un hombre debería querer obtener de una mujer: su respeto y su amor. Y tú nunca lo aceptaste, nunca me quisiste. Me hiciste daño, pero ahora soy más fuerte, y todo gracias a ti.

Se despide para siempre, tu (no) alma gemela,
yo.